Me voy de Roma con la pena de no poder no ya seguir, sino vivir, en ella. Tiras una piedra en cualquier dirección y cae en algún templo, plaza o fuente de dos, tres, cinco, diez, veinte siglos. Me ha tocado en suerte España, con la capital de la austeridad y los socavones, Madrid. Aunque, en lo que a transporte público se refiere, ésta le da cien vueltas a Roma, que sólo tiene dos líneas de metro, y desvencijadas, tanto que ayer me decidí a ir hasta la Piazza della Repubblica en coche:
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